Perdido [Ludwig]

Y, claro, como siempre, Feliks se había acabado perdiendo.

¡Ese lugar es enorme!, era lo que se repetía siempre para no sentirse tan idiota al perderse (además, ¿qué tenía él de idiota? Claramente nada) siempre y en todo lugar. En este caso, estaba buscando su habitación, su nueva habitación de su nueva vida como estudiante del instituto, pero como el lugar era tan inmenso y había tantas habitaciones en los dormitorios masculinos, que intentando pasar todos en busca del suyo, y realmente sin explicarse cómo, había dado una vuelta en redondo y había regresado a la mitad del trayecto.

Suspiró y frunció levemente el ceño. Todas las habitaciones eran iguales. Pero él pintaría la puerta de la suya para encontrarla siempre, ¡anda que no!

Como no sabía dónde estaba, echó un vistazo alrededor, a ver si pasaba un profesor para preguntarle por su habitación, pero no hubo suerte. No sabía qué hacer, ¿volver a dar vueltas o preguntar en una habitación? Lo iban a tomar por idiota, además le daba mucha vergüenza pedirle algo a alguien que no conocía de nada.

Pero tampoco podía quedarse deambulando por allí para siempre, ¿no?

Pensando eso, suspiró y llamó a la puerta de habitación que tenía más cerca.

Tras alisarse un poco los pantalones (que llevaba a regañadientes ya que en los cuartos masculinos no podía llevar su uniforme femenino), y mientras esperaba a que le abrieran la puerta, jugueteó con nerviosismo con sus dedos, enredando las manos y moviendo la cabeza hacia los lados ahogando un bostezo. Se sentía cansado y lo único que quería era husmear su nuevo cuarto, mirar mal a su compañero y empezar a dictar órdenes de convivencia para luego caer rendido en la cama hasta el día siguiente.

Cuando se abrió la puerta, esta le pilló desprevenido, con la cabeza mirando al suelo. Al alzarla, se topó con un chico que más bien parecía ya un hombre. Rubio de ojos azules, típicamente centroeuropeo, y también era bastante alto y... ¿por qué razón no llevaba camiseta? Fuera por la que fuera, se podían ver completamente marcados los músculos de su pecho y brazos. Tenía pinta de ser muy fuerte, como los violadores raros.

Por eso, aunque cuando le habló (con una voz fuerte y muy grave, además) lo hizo con amabilidad y un pequeño y bastante mono tartamudeo, Feliks no pudo sino desconfiar.

Esa desconfianza se convirtió en un gracioso gesto infantil, con los labios hacia afuera haciendo morritos y las cejas arqueadas con expresión de perdonar la vida.

Y se puso de puntillas.

-Eres totalmente mucho más alto que yo, y tal. ¿Y qué? -dijo con tono de reproche-. Soy el gran Po, y necesito ir a mi habitación. ¿Sabes dónde es? -y le entregó un papelito que ponía "Toris Lorinaitis - Hab. 15".

Eh. Que no se creyera que por tener pinta de violador rarito él se iba a amilanar.