Nel cuore lei. [Antonio]

Ya había pasado más de una semana desde que el español le había hecho la invitación a una supuesta cita. Todo se había arruinado cuando en uno de sus arrebatos, casi exijió que el mencionado le pidiera noviazgo, no sabía que pretendía pedirselo en la salida hasta que se lo confesó, por lo que la culpa de haber estropeado los planes del otro le cayó como un gran peso encima. Debía remediarlo, así intercambió los papeles, siendo él quién invitara al mayor a pasar la tarde juntos, gracias al cielo resultó y obtuvo un sí por respuesta.

No es que jamás hubiera tenido una cita, cuando estaba en Italia debía incluso descartar algunas chicas para poder salir con otras, pero en esta ocasión, los nervios afloraban con demasiada rápidez. Sólo llevaba cinco minutos esperando y sus manos ya jugaban la una con la otra, inquietas, se mordía el pulgar de vez en cuando, se paseaba de un lado a otro y sus mejillas adoptaron ese tinte rojizo que no desaparecía en cuanto estaba en compañia del hispano. ¿Por qué había aceptado?, que verguenza. Parecía una quinciañera enamorada y él no era así, Joder.


- ¿Dónde carajos estás, Antonio?. -Preguntó al aire, frunciendo el entrecejo por la molestia e impaciencia. Quería verle, le echaba de menos de sobremanera, aunque se toparan casi las veinte y cuatro horas. Nunca lo asumiría en voz alta, ese idiota había calado hondo, ahora era dependiente de un tipo sin cerebro, pero adorable. ¿Que mierdas maricas estaba pensando?, Dio, si alguien leyera su mente, serían días de burlas.

Cinco minutos no eran nada para una persona normal, pero él no era una persona normal, era Lovino, el italiano más malhumorado sobre la faz de la tierra, o tal vez el Europeo, aunque en eso competía con el inglés cejudo, o no, el inglés ganaba, porque además de cejudo y malhumorado, era feo, Lovino no tenía defectos fisicos, o era lo que el veía, su italiano era perfecto incluso cuando estaba enojado, y era como lo iba a ver en cuanto llegara al lugar donde habían acordado encontrarse, sólo esperaba no recibir un golpe.
Corría lo más rápido que le permitían sus piernas, había estado toda la maldita mañana buscando algo decente para ponerse o que al menos le gustara al italiano, era la primera cita y no podía verse mal o tan simple como solía vestirse y tampoco podía ir con el uniforme, estuvo horas buscando y nada le parecía lindo, para al final decidirse por algo simple y casual, porque sabía que a su compañero y ahora novio iba a gustarle, si estaba con él, era porque le gustaba, incluso como vestía. Si hubiera pensado en eso antes, sólo cinco minutos antes, no tendría que haber corrido como loco perseguido por el demonio hacia el lugar del encuentro y no hubiera llegado jadenado, con las mejillas rojas, el cabello desordenado y ese aspecto... desgarbado.

- L-Lovi... -Le llamó como pudo entre los jadeos, estaba muriendose del cansancio, ¿Cuanto había tenido que correr para llegar sólo con cinco minutos de retraso?. -L-Lo siento, tuve problemas para llegar, ya sabes...

Pasó una mano por los cabellos a ver si lograba peinarse un poco y acomodó la playera y la chaqueta deportiva, que parecían pedazos de trapo por lo desordenadas y arrugadas que estaban, mientras le sonreía nervioso, esperando el golpe que seguro iba a darle, porque además de tarde, estaba completamente desarreglado, a pesar de todas las horas que se había tomado justamente para eso, arreglarse para la primera cita.

Oh, claro que sabía. Sabía perfectamente que salía con el chico más idiota que piso tierra, aún no entendía el como se había fijado en ese subnormal español. Llegaba tarde, es decir, le hacía esperar y además parecía un mono vestido, salido de un circo de lo desordenado que estaba. Quizás no era tanto, pero su forma de ser no le permitía aceptar aquello, al menos debía desquitarse dándole un golpe o algo, como de costumbre.

Así que alzó la diestra, dejando un golpecito sobre la cabeza del mayor para después ayudarle a acomodarse las prendas y recuperar al menos un aspecto decente, por que, tal vez, no era tan malo, al fin y al cabo se veía guapo de todos modos... Siempre lo era, esos ojos verdes que tanto adoraba, resaltaban con lo que fuera que se pusiera encima, contrastando con la piel morena que seguro días al sol le habían regalado, además, cualquier playera, camiseta o camisa, le venía bien a esa figura remarcada, sin dejar de mencionar que hasta el pantalón más feo encajaba perfecto con el bonito trasero que cargaba ese bastardo que había robado su corazón. Sí, definitivamente lo amaba y unos minutos de retraso no borrarían sus sentimientos, pero debía disimularlos, por su orgullo, aunque por dentro muriera ante cada contacto, aunque estuviera eternamente agradecido de tener a su lado a Antonio, su Antonio.


- Sí, como sea, idiota. Mira como estás, demonios. ¿Vienes de una maratón o que diablos?. -Interpeló otra vez mientras continuaba acomodando la ropa y se regañaba mentalmente por los pensamientos anteriores, aún en su cabeza sonaba como muchacha enamoradiza, tsk.

Recibió el golpe agachando la cabeza y haciendo un puchero, se lo esperaba, pero siempre tenía la esperanza de que no fuera así, de que repentina y mágicamente el italiano le sonríera, no es que no le gustara tal y como era, pero había visto esa hermosa sonrísa pocas veces, y la amaba por sobre todas las cosas, amaba ver a su novio sonríendole, feliz, era como si su vida se iluminara por alguna razón. Pero también le encantaba cuando se molestaba y sus mejillas estaban rojitas, justo como en ese momento, era tan adorable que daban ganas de abrazarlo, apretujarlo y no volver a soltarlo nunca más... Su encantador compañero de cuarto y amante era, sin lugar a dudas, el mejor del mundo, y aunque le golpeara, le hacía feliz.

- P-Pero Lovi, es que quería verme bien para ti... -Se defendió, en esos momentos su aspecto no era el mejor, pero al menos tenía una excusa.

Volvió a sonreír, era la primera cita, no podía estár más feliz, y su Lovino parecía una de esas esposas preocupadas arreglandole la ropa de ese modo, le encantaba.

- ¿A dónde vamos a ir?, hay una de esas tiendas donde venden mil cosas distintas o... Vi una tienda de deportes, me gustaría que compraramos algo ahí. -Sin esperar respuesta, le agarró de un brazo para jalarle sin ningú cuídado hasta el centro comercial, estaba emocionado.

No tuvo tiempo de decir ni hacer nada, lógico, con el español siempre era así. El idiota se emocionaba con algo y terminaba siendo arrastrado, para peor, sabía que en el fondo le gustaba y no le desgradaba como solía aparentar, ese brillo que aparecia en los ojos de su compañero le hacía sentir bien, por que si Antonio estaba feliz, él también.

Una vez adentro, reaccionó, zafandose del agarre para continuar caminando por su cuenta, tenía pies y podía solo. Aún así, le observó de reojo de vez en cuando, atento para esquivar por si sus miradas se cruzaban, como parecían estar buscando ahora mientras una sonrisa inconciente se dibujaba en su semblante. Obviamente la borró en cuanto el contacto visual se formó, girando el rostro para romperlo ya que sus mejillas se teñían de rojo, como de costumbre.

Al parecer estaba destinado a lidiar con idiotas, su abuelo, su hermano, y ahora su novio. Novio... Jamás pensó en tener uno, de hecho, nunca pensó que se enamoraría de un hombre, y aquí estaba ahora, prendado hasta le médula de ese estúpido risueño. Lo más probable es que El Vaticano y toda la iglesia católica lo tenían ya fichado en la lista negra, y preferible no mencionar a su Padre, tan devoto. Bah, ¿qué más daba?.


- ¿Q-Qué me ves, estúpido?. -Sentía la mirada del ojiverde sobre si, de seguro sonriente y le nervaba. Ni siquiera se percataba del ambiente, ni las tiendas, sólo de asegurarse que su querido descerebrado no le hiciera pasar una verguenza.

Quería que fueran de la mano durante toda la cita, pero considerando la actitud del italiano, y lo reservado y estricto que podía llegar a ser respecto a eso la mayoría de las veces, sabía que era algo practicamente imposible, así que sólo se limitó a sonreír resignado cuando el otro se soltó de un tirón, podía entenderlo, no quería que el resto viera que eran algo más, aunque ya casi todos lo sabían.
Metió las manos en los bolsillos del pantalón, caminando a paso lento a un lado del castaño, y de vez en cuando quedaba atrás por eso, pero no dejaba de mirarle, le gustaba apreciar esa figura irresistible, ese cuerpo que siempre le provocaba a abrazarlo con fuerza, acariciarlo, besarlo, recorrerlo... y esperaba verlo voltearse y que sus miradas se cruzaran, le gustaban sus ojos también, como le miraban y todos los sentimientos ocultos que podía encontrar en ellos, los sentimientos que su compañero no mostraba a nadie, ni siquiera a él. Por un momento olvidó donde estaba y a que había ido, absorto en su tarea de admirarle el mundo parecía desaparecer alrededor y el deseo de al menos poder tomarle la mano se hacía cada vez mayor, como algo prohíbido, por lo que de vez en cuando y fingiendo que era sólo accidental, quitaba una de las suyas del bolsillo y se acercaba disimulamente para que su diestra y la zurda de él se rozaran, y un segundo era suficiente para devolverle la sonrísa, estaba conciente de que era, completamente, un idiota enamorado.
Los ojos avellana cruzandose con los propios le devolvieron al mundo real por segundos, sabía al menos que ese chico le pertenecía, y de no ser así, hubiera luchado hasta el final para tenerle. Volvió completamente en sí al escuchar las palabras de su pareja, pero no respondió, estaba seguro de que el mismo sabía la respuesta a la pregunta que le estaba haciendo, y podía ver desde su posición las mejillas enrojecer por la verguenza, las adoraba muchisimo más que a los tomates, aunque eran parecidos.
Después de un rato, y para no agobiarle más, volvió la vista al frente para ubicarse, no conocía demasiado bien ese lugar, sólo visitaba de vez en cuando el pequeño supermercado para comprar los ingredientes necesarios para cocinarle, o algún otro bocadillo que no le recordara al menú diario de la escuela, que no era malo pero llegaba a aburrirle, y lo había recorrido el día anterior esperando encontrar algún lugar especial para estár con su cita, pero ya no lo recordaba. Caminaría hasta encontrar la tienda de deportes, tenían bastante tiempo, o por lo menor él sí.