Tentador y sucio. (Sadiq Adnan)

Maldita miseria tener que encontrar en el camino objeto de mi desdicha. Sus formas eran capaces de embelesar como una puta a gran magnate millonario que de entre su billetera de piel gruesa encontraba un solo dolar para comprar su cuerpo, beber de su interior y depositar en acto ajeno la delicadeza de un orgasmo ferviente de deseos enmarañados, y por último, lanzarla de nuevo al basurero roído del cual hubiese recogido a tan mundana perra. Eso era para mí la carcasa blanca y rayada de mi mas grande deseo, cubierta de un oloroso vapor, salía la morena dulce en su interior exponiendo la amargura de sus raíces, cubierta de verdoso sombrero para cuidar su contenida virginidad; y solo en el momento en que sus sabores danzaban en la lengua podía ejercer un cansino estado de soñolencia a tan entradas horas de la madrugada. Podía atreverme a palpar el rico sabor del café.

Efímero cuento que terminó cuando las últimas gotas derramasen por los labios, ocultando el vicio intimo de una droga en el papelero de al lado. Era tarde, apostaba a que el reloj agobiante marcaba pasado las tres de la mañana y la resaca mostrada en el rostro no era más que el ímpetu intranquilo de pasar horas frente a una pantalla, trabajando en un caso que los estúpidos alumnos pisotearían al obtener su esperada, odiada o obviada calificación. Bien, era de esperarse al menos la mente estaba despejada después de tal gozo y la sembradía de paz venía acompañada de fino licor, podía terminar el día ebrio, desnudo sobre la cama y entregado a una masturbación que en ninguno de los casos satisfacería virgen cuerpo. Vamos, dejemos de lado tales metáforas y fantasías, necesitaba de una buena sección de sexo. Pero aunque intentara reconocer que ello era un obstáculo a mi normal rendimiento, el gozo de un rico sueño erótico con cierto individuo me mantenía dentro de una ducha caliente, tratando de despejar la mente y evitando el contacto de sus ojos en las clases.

-Qué mierda, ¿Cómo si fuese un asalta cunas?...-

Y reclinado contra la silla terminé, llenando el vaso bajo de líquido verdoso. Desabrochando botón por botón sin quitar la mirada de los recuadros minimalistas de la habitación.

-Bien, no podría estar menos jodido...-

Sonrisa ladina aún a pesar de que en sueños deambulaba tranquilo como sagaz, su rostro colorido y su cuerpo enterrado en mullidas mantas almohadones y demases, texturas ricas, deliciosas al tacto, incitadoras de los más sucios arrebatos, sí… así descansaba el moreno, el que gustaba de la compañía de cuerpos calientes en busca de orgasmos.

Se revolvió entre las sábanas, como pez se dejó llevar por el dulce acariciar de sus falanges contraídas en cada movimiento de su pelvis despierta, gustosa de insinuantes vaivenes noctámbulos mas no hallaba acogida en ningún recoveco, nada… nadie que le diera la bienvenida. Rodó así lentamente hasta que sus brazos cayeron hasta el suelo, pronto su cuerpo llegaría a tan buen puerto y de la nada, ya estaba, sólo con calzoncillos, regado por el suelo.

Sólo el frío logró sacarlo de sus sueños, obligándolo a temblar como chiquillo y a alzar la vista hacia el techo. Estaba oscuro y la ventana estaba abierta, de seguro su compañero había olvidado cerrarla, de seguro quería en él un esclavo que atendiera cada uno de sus caprichos. Gruñó por lo bajo, el otro aún dormía… plácido, como un lindo angelito rodeado de su aura de magna personalidad, incluso su piel era pálida. Le produjo ira irrefrenable.

Cerró de un golpe la ventana y se puso unas cuantas túnicas, el turbante y sus sandalias para salir como si nada al exterior.

Allí, en plena madrugada se podía observar a un fugitivo estudiante deambular por los jardines mientras fumaba.

Jodido o no, la sed que acrecentaba en la garganta parecía quemar por la falta del líquido. ¿Agua?, hace unos instantes me había tragado el vaso completo de licor de manzana, y aunque precisamente el tan helado no vestía su cuerpo, busco refrescar para solo someter a una adicción innecesaria al notar que dentro de la botella no existía más que el aire rellenando el recipiente. ¿Qué haría para emborracharme el resto de la jornada? Por supuesto que no me quedaría de brazos cruzados, algo debía haber en tan espaciosa habitación, algo escondido... algo, ¿Algo no?. Y por más que diese vueltas y vueltas al cobertor, al esquinero y hasta en los lugares más escondidos del baño de baldosas blancas, el alcohol suponía la perdición y el enojo de un profesor con ansiedad.

Rabia, acompañada de decepción y ánimos ilegibles por tal falta. Cayendo en cuenta de que cuanto sería encontrar alcohol a esa horas de la noche. Debía haber alguna manera, recostado no lo conseguiría. No podía ser muy lejos, nada perdía con intentar.

Fue así como levantando el cuerpo de mi estado de cansancio, evidente por retorcer la pulcritud de la habitación en el arrebato reciente, sujete al cernir al cuerpo un abrigo gris, que ocultaba el cabello castaño en ancho capuchón, vistiendo los pies de botas justas y encerrando el cuello alto en una mullida bufanda; traspasé los límites de mi habitación dejando atrás la puerta bien cerrada.

Valiéndome entonces solo de algunos sentidos, la falta de visión me limitó a creer en que el camino correcto era hacia la derecha, escuchando ruidos en la oscuridad que alteraron mi percepción. Haciéndome emprender sendero ingenuo hasta llegar al abierto jardín y divisar justo frente a mí, sin contar a dos metros el joven turco que me sacaba de mis casillas, con buenas y malas intenciones.

-Joven Adnan, ¿Qué hace a estas horas afuera?-

Ya la nicotina había actuado cual dulce manjar en los labios musulmanes, el frío e intolerancia para con el mundo se habían esfumado, tal vez por la inactividad de esas horas, donde nadie podría interrumpir su santo descanso. El sólo observar las estrellas en el firmamento destrozaba el alma de un padre ausente, uno que deseaba a escondidas regresar donde el resultado de su fecundo cimiente. Inclinaba la vista y negaba, sacudía el cigarrillo y volvía a su andanza, la luna le inquietaba mas acompañante oportuna parecía. Le saludó con un movimiento de cabeza y reanudó la caminata serena, silente y conmovida.

Caminando, deambulando por la oscura noche el musulmán seguía a la traicionera dama que le encaminaba hacia lo que prohibido para los alumnos estaba. En menos de lo que pensara, sus pasos terminaban en las puertas del edificio de personal, no obstante, al haber llegado hacía tan pocas noches, no conocía bien el rumbo que llevaban sus pies, por lo mismo, se sobresaltó al escuchar la voz ajena. Giró tan pronto el otro hubo hablado, de manera tosca y un tanto bruta, claro, pensaba que estaba siendo atacado, estuvo a punto de saltarle a patadas – Profesor… - pestañeó.

Se inclinó como debía para ofrecer sus respetos al que tenía más edad, así como sus costumbres indicaban, debían respetar a los mayores. Luego le quedó mirando a la cara, venía tan abrigado como si fuera preparado para llegar al Polo Norte – Sólo salí a dar una vuelta – escondió el cigarrillo, lo dejó caer a sus espaldas para presionarlo con el talón del pie – No podía dormir – susurró con un deje de melancolía, fingida.

Era eso o prepararse para un castigo, obviamente, se había salido de su cuarto en horas indebidas, era bien sabido que no debían dejar sus aposentos por la noche, evitaba que hubiese juntas de tipo extraescolar - ¿Y usted?, ¿a dónde se dirige? – la vaporosa tela acariciaba su humanidad, tan alta y agreste, músculos fuertes y vigorosos que eran recorridos por el bamboleo de la tela de la túnica que se había puesto, así mismo como la que pendía del turbante que se llevaba, en ocasiones parecía mercenario con el rostro semi cubierto. Mirada penetrante que desvestía a cualquiera con sólo una mirada, el profesor no estaba exento de los pensamientos mal nacidos de ese moreno en busca de acción.

Lo había notado, el olor del cigarrillo paseándose en el aire, siendo ocultado por la leve brisa que en el lugar escapaba. La evidencia de sus actos caían en ocultarlo, ¿Por qué? Sonreí, negando al tiempo en que las manos se adentraban en mis bolsillos de cuero curtido. Jamás lo regañaría, puesto que yo mismo encontraba absurdas las reglas de ese establecimiento y además no era quién para darle tal ejemplo. En efecto, era un profesor pero, con todo el frío que sentía en ese apartado lugar, sumándose a la soledad y ansiedad, también era propietario de una cajetilla de cigarros. Digamos que mi edad me lo permitía... pero internamente frente no podía hacer cuando mis actos de vicio habían comenzado a la entrada edad de doce años. Sin contar las drogas y nicotinas que mi madre conmigo en su vientre hubo jalado.

Su atuendo reemplazó la maraña de pensamientos anteriores. Ese joven debía tener la sangre hirviendo y aunque su aspecto de talibán no era precisamente de mi agrado, más aborrecía desde el fondo del alma su cultura, debía admitir que en él se acoplaba bien. Resaltaba sus rasgos varoniles y otorgaba perfecto lustre a ojos curiosos que de vez en cuando, se perdían en la completa figura exótica del joven alumno. Sumando el resonante tono de su voz y la mirada penetrante de verdoso color, llevaban el cuerpo a estremecerse con la loca idea de que seguramente era todo un loco amante empedernido de esos de una noche.

Logró confundirme por unos instantes, ¿Él estaba durmiendo? Justo y preciso cuando la hora meritaba el deseo de amar, cuando la luna estaba dispuesta a acompañar el acto de furtivos amantes. Al parecer las apariencias engañaban o yo era un estúpido por haber juzgado al turco sin conocer -¿No podías dormir?, me llama la atención que privilegies el exterior para buscar ensueño- Él demostraba ser mucho más espiritual, menos mundano y superficial que yo. De pronto esas ganas intranquilas de beber habían pasado a segundo plano. ¿Qué respondería? Solo la verdad -Estaba bebiendo en mi habitación, pero me alcanzó para un misero vaso...- solté una risa evitando los verdes orbes, creando un gesto de condolencia - Pero creo que ya no es necesario, iré a dormir luego de respirar algo de aire fresco-

Labios impropios moviéndose de manera escandalosamente seductora. No podía negar que ese hombre era una belleza cual yegua árabe exótica y en pleno celo que azotaba las greñas al viento entre las dunas más calurosas. Tragó saliva y lentamente movió la cabeza hacia un costado, intentando de alguna manera quitar vanos pensamientos de la misma. Sonreír… para qué, ya por dentro estaba que derretía su piel. Suspiró internamente y volvió los orbes hacia el interlocutor. Poco era lo que había compartido con el docente, mucho menos de lo que hubiese esperado.

Lo encontró entonces observando el revoloteo de la tela que acariciaba cada centímetro de piel escondida, así también dedujo sus pensamientos, no respondió, no acotó nada sólo le mantuvo la mirada y es que en una noche como aquella, el frío sólo invitaba a la cama cálida y a un acompañante que estuviese dispuesto a pasar las horas en vela.

Sonrió antes de responder a las interrogantes formuladas – Ensueños… - susurró meditativo – sólo busco cansar mi cuerpo para rendirme al descanso que anhelo – meneó levemente la cabeza con el fin de observar las estrellas. Mas sus orbes hubo explayado ante la extrañeza de oírle confesar que estaba bebiendo en su cuarto – Vaya… nunca hubiese pensado eso de usted – acotó – supuse que no era bueno para los vicios – de hecho, se le notaba tan correcto como señorito, de ninguna forma hubiese si quiera imaginado al otro con algún tipo de vicio. Tal vez lo estaba idealizando, imaginando que en tierras alejadas aún existían hombres como los que dictaban las escrituras.

Ademán tranquilo realizó con la mano y así se echó a caminar lentamente hacia una banca en medio del jardín – Supongo que no encontrará nada a no ser que salga del instituto y vaya a la ciudad a buscar su bebida -.