Conejos, conejos. [Feliks]

En el lado izquierdo de la habitación número séis hay una cama donde es fácil encontrarse con algo así:



Ned abre la puerta, siendo seguido por un polaco, y se aparta para permitirle el acceso, aún sosteniendo el pomo en una mano. A esas alturas ya ha apagado y desechado el cigarrillo porque no le gusta la idea de ser castigado (o de incomodar a su compañero de habitación).

Feliks entró con un poco de recelo, al fin y al cabo no era su habitación y, pese a que sabía lo de los conejos, no sabía qué más se podía encontrar por ahí o a quién. Por suerte, parecía que estaban solos en la habitación; a estas alturas ya se había olvidado de calificar a Ned como "rarito".

Un gritito ahogado salió de su boca en cuanto miró hacia la cama de la izquierda.

-¡QUÉ CUQUIII! -exclamó, acercándose a saltitos hacia los peluches que había sobre la almohada (todos conejos)-. ¡O sea, qué súper cuqui! -repitió, por si no había quedado claro, hincando una rodilla en la cama y recogiendo a uno de los peluches, tan concentrado en él que no se fijó en si había otro ser vivo pululando por ahí.

Como siempre que se emocionaba, sus mejillas se pusieron un poquitín rosadas al sostener en las manos esa cosa tan linda, tan suave, tan... "cuqui", y llevarla a su pecho acariciándola. ¡Tan suave y cuqui!

-¡Jopelines, me encanta totalmente! -exclamó, mirando a su compañero.

Cerró la puerta detrás de ellos aunque se quedó ahí de pie, observando todo lo que el rubio hacía con gesto pensativo. Ahora, se preguntó en dónde estaría su compañero de habitación y si le molestaría que haya llevado a alguien más al cuarto.

Claro, a él no le molestaría si el noruego lo hiciera... es decir, siempre y cuando no hiciera ruido. Y conociéndolo... pues no se preocupaba por eso.

Feliks, sin embargo, no cumplía con los requerimientos que se había autoimpuesto él mismo, pero por algún motivo aquello no le estaba molestando más. Le gustaban los conejos, y eso era suficiente para hacer caso omiso de las molestias que pudiera provocar.

-"En casa tengo más... Pero no podía traerlos todos conmigo."- aún así, era una cantidad considerable. Caminó hacia él, sentándose en la cama, no muy lejos del polaco, y lo miró fijamente, con atención.

Ahora que lo veía así, no hubiera podido negar que el sujeto en cuestión tenía cierto encanto.

Spoiler:

Feliks también le miró cuando se sentó a su lado, con media cara enterrada en el pelo del conejo de peluche.

-Sí, yo también tengo como, muchos conejos en mi casa. Y, bueno, también caballitos, y vaquitas, y ositos y hasta tengo una girafa y todo -enarcó las cejas como si él mismo se sorprendiera de eso-. ¡Y es que todos los animales son totalmente chulos y dan ganas de coleccionarlos a todos!

Entonces vio al peluche que se movía.

-¡AAAH! -exclamó, levantándose de golpe-. ¡Un conejito de verdad! ¡Súper cuquísimo! -se acercó a él con ojitos brillantes, aunque al conejo parecían no gustarle sus chillidos.

Escucha todo con atención, asintiendo. Entonces, cuando descubre a su mascota, medio jadea, ensanchando los ojos.

Es muy -muy, muy- cuidadoso con su conejo, y teme que le haga daño... aunque no dice nada de todos modos, sólo observando el modo en que su mascota observa al rubio antes de saltar hacia su propio regazo.

Él lo toma con una mano, acariciándole las orejas.

-"Es un conejo enano... Se llama Miffy. Son muy normales en casa."- ladea el rostro. Éste en especial es muy importante para él. Como sea, se lo tiende con ambas manos, cuidadosamente, por si quiere tomarlo.

-¡Oh!

Dio un paso hacia atrás cuando el conejo saltó hacia el regazo de Ned, y luego dos hacia delante cuando se lo tendió diciendo su nombre. Sí, bueno, muy grande no se le veía, pero, ¿no lo volvía eso increíblemente adorable? ¡Vaya si lo hacía!

Lo sujetó con cuidado, como si pudiera romperlo, con las manos, y lo acercó luego hacia sí. Se le escapó una risita al ver cómo lo observaba.

-Vaya, espero que, como, no me muerda y tal -rió, acercándolo hacia sí. Se le hacía tan divertido ver cómo movía la nariz que él mismo lo imitó moviendo las fosas nasales y acercándolo para olerle. Y sí, su deseo iba en serio, porque como le diera por morderle la nariz, con lo que dolía eso...

Por eso dejó la punta de la nariz a unos centímetros de la de Goofy (¿era Goofy?), sólo por si acaso, con una sonrisa aún en los labios.