Sobre caidas y otras cosas [Lovino~]

Y ya era la tarde. ¿Cómo es que había pasado tan rápido la mañana? Estaba segura que se había levantado hace tan sólo dos horas y ahora el día estaba por terminar. Le molestaba eso, le molestaba mucho. Sabía que ya parecía disco rayado, repitiendo una y otra vez lo mucho que le molestaba no tener tiempo para nada, pero de verdad no tenía tiempo para nada. Se sentía presa en una rutina que cada día le quitaba más tiempo. Por esa razón, ese día vio la primera luz de esperanza. Había hecho ya todos los deberes y practicado bastante y todo le había calzado perfectamente, claro, por ser fin de semana y no tenía que ocuparse de las clases también. Ahora, tenía un pequeño tiempo libre, pero... ¿qué podía hacer con eso? Oh, genial, ahora se daba cuenta lo patética que era. Lili no estaba, seguramente en el club de arte, Roderich seguramente ensayando y ahora ella sin amigos. Genial. Gilbert se habría reído sin parar por esa situación.

-Pero no me las ganará... –Murmuró para sí misma. Se fue corriendo a su habitación, aunque no había necesidad de hacerlo, nadie la perseguía y no tenía el tiempo contado, de hecho, mientras menos se apurara mejor, pero así era ella, demasiado acelerada para cualquiera. Subió las escaleras de dos en dos, entró a su habitación y sacó un chaleco, pues ya estaba haciendo un poco de frío. Ahora, sí... podría ir con tranquilidad hasta los jardines y relajarse, o al menos no pensar en lo que siempre pensaba, en esas tonterías que le molestaban constantemente.

Bien, ahora el segundo paso era ir, pero como ella no podía dejar de ser ella, se retiró corriendo hasta su destino. Cualquier estudiante normal sabía que no debía correr por los pasillos, no por algo de respetar las reglas o eso, más que nada porque corrías el claro riesgo de sufrir un traspié con alguien y chocar. Ella lo sabía, sí, pero era tonta, muchas veces se daba cuenta de eso. Por lo que a penas saltó hasta el suelo desde el tercer escalón, comenzó una carrera contra ella misma, porque así era, nadie la apuraba. Pero su prisa se vio abruptamente interrumpida cuando sin poder evitarlo, resbaló y tras unos braceos por el aire, cayó al suelo. ¿Y ahora qué? Gracias a Superman, nadie además de unos pequeños que estaba en el pasillo, por lo que tuvo la suerte que su vergüenza no fue vista por casi nadie. Los chicos no sabían qué hacer, si reír o quedarse callados, bien era conocida Elizabeta. Pero ella, presa de un humor peculiar en ese día, comenzó a reír fuertemente. Ahora tenía todas las experiencias que una chica de su edad debía tener, como tener novio, una amiga y caerse en medio del pasillo.